Recién llegado de nuevo a Madrid, después de haber disfrutado de unos deseados días de vacaciones en Mallorca, se aterriza otra vez a la rutina del trabajo habiendo desconectado lo suficiente para recomenzar una vez más.
Mallorca es uno de mis enclaves preferidos de este país, porque ofrece mucha variedad y para una persona ciega se trata de una isla muy sensorial para disfrutar enormemente de sus posibilidades. Os preguntaréis, ¿porqué más sensorial?, ¿Qué diferencia tiene esta isla en relación a otros lugares?

En otro artículo de este verano os comentaré la importancia de viajar para una persona ciega, para desmitificar que para alguien que no ve, le puede dar igual estar en un sitio que en otro. Como aperitivo estas líneas de ahora mostrándoos la otra cara de Mallorca para mí.
En una de las fotos veréis como me encuentro en la capital Palma, percibiendo todo el encanto de la misma desde un lugar privilegiado como es el castillo de Bellver. Aparte de las vistas espectaculares que me pierdo evidentemente, la brisa, el aroma del mar mediterráneo muy cercano, el pinar circundante y toda la historia acaecida allí supera todas mis expectativas.

Pero antes os comentaba la gran variedad de esta isla con playas no muy masificadas y con gran encanto, aparte de rincones espectaculares tanto en la sierra de Tramontana como en las zonas de interior. En esta sierra se encuentra el famoso Torrente de Pareis que a lo largo de 5 Km. salvando un desnivel de 630 m bajas hasta la desembocadura en La Calobra. Yo me metí allí y casi no lo cuento pero fue impresionante, eso sí, con 4 personas que iban conmigo guiándome. Os puedo decir, para que os hagáis una idea del esfuerzo, que se recorre esta distancia durante 4 o 5 h y en mi caso fue el doble de tiempo con algunos accesos que sólo cabe una personan de lado con una caída hasta el siguiente tramo de dos metros. ¡¡ALUCINANTE!!
Para terminar veréis en la otra foto, como con mi perro guía Lillo siempre a mi lado, me dispuse a vivir otra nueva sensación como fue montar en una lancha por medio del mar a todo gas, que a mí se me erizaban los pelos de la emoción salvando las olas a toda velocidad y a Lillo sus grandes orejones de Labrador aleteando al viento para casi echar a volar.