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Un poquito de por favor

Por Javier Aguado, ‘Master en Protocolo y Ceremonial’

¿Recordáis esta frase?. ¡Claro, cómo no!. La puso de moda ese pedazo de actor llamado Fernando Tejero. No me acuerdo, para variar, del papel que interpretaba en una famosa serie de Antena 3. Como últimamente mi memoria falla –¿será cuestión de la edad?- os lo dejo ahí para que vosotros mismos hagáis un poquito labor de búsqueda. Cierto es que todos nos reíamos con la frasecita de marras. Sobre todo por la carga interpretativa y cómica que le imprimía Fernando a la misma. Pero, ¿cuántas veces se nos habrá pasado por la cabeza decirla ante situaciones caóticas, desesperantes o, simplemente vergonzantes?

Pues precisamente eso es lo que me pasó hace unos días: sentí vergüenza ante un servicio público que, más o menos todos los madrileños pagamos. Digo más o menos porque este servicio del que os voy a hablar ahora está en esa línea divisoria tan rara que existe en nuestro país, a saber: papá Ayuntamiento te regula, papá Ayuntamiento te dicta las normas, papá Ayuntamiento te impone las ordenanzas, hasta papá Ayuntamiento te dice lo que tienes que cobrar pero a mí (Ayuntamiento) me importa tres carajos el servicio que ofreces. Creo que habréis averiguado de lo que se trata: del servicio auto taxi de Madrid.

Quede por delante que la historia que os cuento en las siguientes líneas no ha de embadurnar la excelente profesionalidad que, la gran mayoría de los conductores, profesan pero el problema es que, entre sus filas, tienen unos cuantos garbanzos negros que, al final, ponen en la picota a este servicio centenario en nuestra ciudad. Y digo esto, porque conozco a algunos de los dirigentes de la gremial que agrupa a un porcentaje muy elevado de taxistas y me consta que hacen ímprobos esfuerzos por dar una imagen.

Ocho de la mañana. Día frío pero despejado en la Villa y Corte. Solicito un servicio de auto taxi para que me traslade a la Ciudad de la Imagen. Tras esperar los minutos de rigor me aparece, allá en la oltananza un simulacro de vehículo con 4 ruedas, es decir, negro como el azabache –¿no son blancos los taxis?- ; le faltaban los cuatro tapacubos, la matrícula apenas se le veía como consecuencia de no pasar por el túnel de lavado durante unas cuantas semanas. Me adentro en su interior –valga la redundancia- y la sorpresa fue mayúscula cuando en el asiento había hojas secas –lo primero que pensé es si los de ‘Faunia’ me querían dar una sorpresa e invitarme a pasar el día en el Parque-, y lo siguiente ya no os lo sigo contando porque, y esto es rigurosamente cierto, resultaría demasiado desagradable. Solo os daré un dato: por más ambientadores que instaláramos en el interior, aquello no tenía solución.

He querido darle un tono jocoso y satírico a mí ‘audiodescripción’ porque se me ha pasado el cabreo pero no hay derecho a que un servicio que está reclamando, de forma constante, subida de tarifas sea incapaz de regular este tipo de atropellos. Esto es también protocolo, amigos, amigas. Dar un buen servicio, estar aseado, tener limpio tú habitual centro de trabajo, etc. forma parte del saber estar, del comportamiento humano.

A quien corresponda: a ver si el 2011, al margen de poder eliminar a todos esos ‘taxistas’ –que no lo son- piratas, los responsables municipales junto con las asociaciones profesionales son capaces de erradicar este tipo de actuaciones que puedo entenderlas en las calles de Dakar, con todos mis respetos hacia esta ciudad, pero no en una Villa cortesana que aspira ser el referente de España. Un poquito de por favor.

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