Por Antonio Albert, crítico de cine y presentador, ‘Las pelis que me monto’
Durante años, muuuuuchos años, la principal aportación de la comedia española al género era la caspa. Luego llegó la originalidad, cierto toque provocador, muchos elementos macabros y una descarada desvergüenza…. Hasta que volvió la caspa. Porque todo vuelve: no hay más que recordar las hombreras de Pilar Rubio el último día de OT.
La tonta del bote recupera lo peor de la mejor tradición de la comedia española.

Recordemos que la protagonista alcanzó el cenit de la popularidad con su Club de la Comedia junto a Derek e Ivonne Reyes, sendas eminencias del humor extranjero afincado en España. Pero debemos reconocerle a nuestra actriz la chispa necesaria para provocar la carcajada del respetable en los momentos más duros: recordemos aquellos memorables chistes culinarios en los que nos instaba a cambiar el hueso de vaca por el de cerdo para hacer un buen caldo y, en caso de extrema necesidad, por una de esas pastillas que hacen ‘chup chup’. Con su receta, tan casera y entrañable, luchaba contra una terrible enfermedad coloquialmente conocida como “el mal de las vacas locas”. Y ahora, en plena crisis de las vacas flacas, la cómica vuelve a las andadas con una letanía de bromas que destilan su gracejo natural.
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La primera es para partirse la caja, ya sea Deluxe o modelo básico: primero llama fascista a José Bono, pero con cariño, y sorprendida por el escaso sentido del humor del presidente del Congreso, que por lo visto se había atrevido a insinuar que se aprobaran las normas por mayoría, da marcha atrás para retirar el adjetivo si se considera ofensivo. Desde luego, ¿adónde vamos a llegar en este país? ¡Te llaman fascista y encima te molestas!…. No me extraña que la chistosa hiciera una mueca de rechazo ante tamaño acto de censura. Por si fuera poco, uno de esos micros que los ‘cabrones’ de la prensa dejan abierto para que se graben las verdades ocultas del pensamiento de nuestros próceres, nos descubre a una monologuista defensora de valores que cualquier español con un ‘par de cojones’ defiende, bigotillo en ristre y la mano alzada: “¿cómo se atreve nadie a imponernos las ideas de la mayoría?” O sea, ¿es que el vulgo no puede asumir de una vez por todas que sólo las mentes prodigiosas de nuestra clase política, esa qu[e de identifica con la crisis egipcia tras años de caminar con una mano delante y otras detrás, trinca que te trinca, como el famoso baile popularizado por el grupo musical The bangles (Walk like an egyptian)?
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Y por si fuera poco, la pizpireta payasa -que otrora luciera cartera de ministra con un ladrillo dentro, tipo Margarita Seisdedos– se marca también un provocador chiste sobre las plazas reservadas en el Congreso a los “tontitos”. Las asociaciones de discapacitados, tan insensibles con cuestiones como la libertad de expresión, no han captado la sutileza de la chanza: al parecer, la actriz no hacía referencia alguna a las minorías a menudo abandonadas a su suerte, sino a las mayorías, es decir, a la cantidad de tontitos, por no decir tontolabas, que sientan sus reales en las cómodas bancadas de ese anfiteatro dedicado a los monólogos políticos que maldita la gracia nos hacen.
Qué injusta es la audiencia, y qué tontita. Porque no hay más que ver el debate sobre el Estado de la Nación para ver que todo ese show se reduce a diálogos tipo “eres tonto”/“más tonto eres tú”/”¿me estás llamando tonto?”/”¿eres tan tonto que no lo ves?… y así, ad nauseam, hasta completar una especie de programa de humor al que podríamos titular “Tonterías las que hagan falta”.
Pero no vamos a irnos sin rendirle tributo a nuestra graciosa oficial: es tan buen actriz que incluso ha participado en obras de teatro en las que ha improvisado el texto, cambiando los “pies” a los compañeros de reparto, que se quedaron de piedra con sus votaciones en cuestiones como el matrimonio homosexual. ¡Qué lista! Y todo seguramente porque sabe el juego que siempre han dado los chistes de mariquitas…