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El Sexto Sentido

Antonio Albert, crítico de cine y presentador, ‘Las pelis que me monto’

“En ocasiones veo muertos”… Es, sin duda alguna, la frase de la película, la que todo espectador repite a la salida como un mantra. Porque, sí, digámoslo bien claro y bien alto: en ocasiones todos vemos muertos, máxime en estos tiempos oscuros en que los fantasmas dominan nuestro mundo en crisis.

¿Resucitando?
¿Resucitando?

El muerto que vemos en esta inquietante fantasía de política-ficción es un cadáver con muchos esqueletos en su armario: un petrolero tocado y hundido tras desangrarse en alta mar; una estación del AVE a las afueras de una ciudad pero en la cercanía de terrenos de la familia política de una presidenta; un amor desorbitado por obras de arte de desorbitado precio compradas en la galería de una mujer amada… Restos, en fin, de una ajetreada vida pasada en la que vivió el poder en primera persona pero, también, como perro de caza dotado de un irrepetible don para morder en hueso ajeno. Hasta ahora…

Porque la trama arranca precisamente cuando, tras morder hueso propio, descubre que los muertos vivientes también sienten dolor. Entonces emprende nueva vida, apareciéndose en cualquier lugar para pasmo y horror de todos los que le creían muerto.

La imagen del zombi que se cree aún vivo produce desasosiego en el espectador, sometido a una suerte de flash back que le retrotrae a tiempos que le provocan sentimientos encontrados: ¿fueron buenos tiempos o es que los presentes son tan siniestros que aquel pasado parece mejor? Confundido por esa paradoja, convencido de lo primero y lo segundo a un tiempo, el cadáver cobra vida para dar mamporros a diestro y siniestro (su especialidad), traicionar a su otrora líder y presentarse como salvador de un desastre del que, en cierto modo, es tan cómplice como los que le sobrevivieron por los presupuestos que derrochó.

La película tiene un final abierto, uno de esos que bien puede acabar en secuela, con otros cadáveres surgiendo de la tumba para alzarse con el poder que disfrutaron en vida. Además, quedan sin resolver algunos enigmas: ¿qué clase de virus causa el fenómeno? ¿es transitorio o permanente? ¿este muerto es el más poderoso o tan solo es el primero? Y en ese caso, ¿qué probabilidad hay de invocar al Gran Espíritu, esa fuerza belicosa que lame su rencor por los rincones más selectos del infierno?

Uf, de pensarlo se me ponen los vellos como escarpias…

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