Antonio Albert, crítico de cine y presentador, ‘Las pelis que me monto’
Podría ser una producción de la Disney dados sus guiños a Bambi, ese escalofriante cuento del cervatillo que pierde a su madre; incluso un homenaje a François Truffaut y su memorable ‘El pequeño salvaje’. Pero no. En absoluto. Si me apuran, las referencias son más propias de ese falso documental filmado por Woody Allen, Zelig, basado en la vida de un hombre capaz de camuflarse en cualquier situación, frente a cualquier persona: Rabino en un batz mitzvah, obeso entre tragaldabas, invisible entre mediocres… Y todo porque el protagonista de este estreno español vive para contentar a todos, incluso entrando en impresionantes contradicciones si es necesario… Algo en lo que Zelig era un rematado maestro, como recordarán.

Entrelobos se escribe así, todo junto, porque de manera inteligente el autor enlaza el título con la trama: el protagonista, cuyos últimos años transcurren entre varias manadas hambrientas, no sólo logra pasar inadvertido, sino que poco a poco adquiere las mismas aficiones que las criaturas salvajes que le rodean: guiado por el instinto de supervivencia, se aleja de los preceptos de la sociedad que lo crió (algunos heredados de la República Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad) para abrazar sin disimulo los criterios de supervivencia de estas feroces criaturas que asaltan los rebaños de los pobres granjeros para llenar sus insaciables estómagos. Así, convertido en un lobo más, aprende de ellos cuestiones como seguir aferrado al cargo a pesar de las decepciones generadas y a no corregir el rumbo a pesar del patente fracaso de su gestión…. Claro que este lobo de nuevo cuño tiene suerte: enfrente, como único enemigo, tiene una alimaña que pretender vivir de los despojos que vaya dejando por el camino.
Ahí, el discurso del director se torna duro y deprimente: o el lobo o la alimaña, ¿con qué quedarse?
La cinta recrea las contradicciones que nos temíamos dados su afán por agradar: así, el mismo hombre que se enfrentó al Gobierno de la mayor superpotencia para llevarse las tropas de Irak a casa o que aprobó el matrimonio entre ciudadanos del mismo sexo sacando de quicio a las familias herederas del franquismo, resulta ser el mismo que firma reformas laborales para despedir obreros, que reforma pensiones para que ancianos agonizantes sigan trabajando, que regala miles de millones a los obispos que piden su cabeza mientras le saquean los fondos de Educación con los colegios concertados y los de Cultura con las ayudas a las reformas de los templos y acepta que se paguen millones por un carbón inservible para evitar la foto de los heroicos y carísimos mineros caminando entre aplausos por los caminos de España.
Así llegamos al momento cumbre del relato, la secuencia en la que se le ve rodeado, y feliz, de los mejores lobos de la estepa y las montañas, lobos curtidos por años de feroz lucha por su supervivencia a costa de los demás. Porque lo que el protagonista no sabe, a pesar de creerse uno de ellos, es que el lobo no tiene piedad. Está en su naturaleza. Es un depredador insaciable, indomable, capaz incluso de morder la mano que le hace posar en la foto….