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Agnosia

Antonio Albert, crítico de cine y presentador, ‘Las pelis que me monto’

La agnosia es una enfermedad que tiene distintas variantes (visual, auditiva, táctil…) pero todas ellas basadas en la incapacidad del individuo de responder con normalidad a los estímulos que nos rodean. La película, casi en clave documental, se centra en un importante personaje tocado por la mano de Dios pero, también, por la de esa agnosia que le lleva a visitar un país sin entender nada de lo que pasa a su alrededor.

Agnosia...
Agnosia...

Un montaje trepidante -a bordo de su avión, en distintos rincones de ciudades como Santiago o Barcelona- nos muestra la ingente obra pública con la que se premia esta visita privada de quien realiza y exige a los suyos votos de pobreza, pero vive en un palacio que contiene las más bellas riquezas jamás acumuladas por un solo hombre, y de castidad, aunque él mismo se haya visto obligado a reconocer los abusos aberrantes de sus esbirros. Este arranque es un brillante guiño del director a la perpetua paradoja en la vive atrapado el protagonista por culpa de su dolencia.

La alexia agnósica le lleva a no reconocer signos gráficos del lenguaje. Así, cuando el Estado Español le ingresa un cheque de 6.000 millones de euros, el protagonista es incapaz de asumir que es mucho más de lo que le daban los Gobiernos de sus acólitos, todos ellos tan católicos, y el protagonista protesta de manera airada sin percatarse del ridículo pero, sobre todo, de su egoísmo, pues mientras reclama más cuando más le ha sido dado, los demás han visto sus nóminas recortadas o sus pensiones congeladas (nunca una expresión económica ha sido han gráfica: los jubilados se van a quedar tiritando este invierno).

Esta variante de la enfermedad le lleva a vivir incluso a la confusión del hecho agnósico con el agnóstico, lo que le lleva a un estado de permanente ansiedad. Por un lado, se siente tan acorralado que, como esos pacientes con demencia senil que no recuerdan cómo se llaman pero nos hablan con naturalidad de personas fallecidas hace años, llega a confundir los comienzos del siglo XXI con los del XX. Así, donde hay colegios concertados que manejan millones de los presupuestos de Educación, él ve ataques furibundos a unas creencias que, por otra parte, la Ley advierte que se pueden practicar libremente pero no se pueden imponer (como hicieron a sangre y fuegos durante siglos sus antecesores en el puesto que él ocupa). También, los hermosos templos reformados por Cultura son, a sus ojos, ruinas en llamas.

Como ven la agnosia es terrible. Sin embargo, el guión no dibuja un personaje al que podamos compadecer. No hay empatía alguna. Antes al contrario, produce rechazo, incluso una sensación desasosegante en el espectador: algo que algunos juristas han definido, en el caso de afectar a sus clientes, como “incitación a la violencia.” Tal vez sea ésa la razón por la que, a pesar de dejar su vida en manos de una fuerza superior, a la hora de la verdad lo haga a través de las Fuerzas de Seguridad del Estado y un coche blindado.

El grado de distorsión que sufre entre su realidad y la realidad es tal que, a medida que avanza la trama, son muchos los que abandonan la sala, incapaces de entender que todo es fruto de la agnosia, no de la mala fe, la ambición desmedida, el cinismo inconmensurable, la maldad o el egoísmo de quien se aprovecha de la bondad de los suyos para someterles, explotarles o engañarles. Por cierto, una curiosidad: las espectadoras son las que peor llevan el hecho de que la única chica de la película salga para fregar el decorado…

La pérdida de la capacidad para identificar, comprender el significado o reconocer la importancia de diversos tipos de estimulación sensorial es otra clave de la enfermedad y, por ende, del argumento: el protagonista cree ver millones de seguidores allí sólo se aprecian unos cientos de miles al tiempo que le resultan invisibles las cientos, tal vez miles del parejas homosexuales que se besan a su paso.

A pesar de existir un vacuna que el Estado no se atreve a probar por miedo, la película apuesta por un escalofriante final abierto con los créditos al son de la canción La vida sigue igual.

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