Antonio Albert, crítico de cine y presentador, ‘Las pelis que me monto’
Es ésta una película de intrigas más que de intriga pero es, sobre todo, una cinta marcada por la cutrez y la caspa, una versión moralmente paupérrima y miserable de Torrente, el brazo tonto de la ley. Como ya anuncia su explícito título, no vamos a mencionar el nombre del protagonista, no vaya a caer sobre nosotros algún maleficio o, en el peor de los casos, no recibamos la siniestra visita de unos sicarios dispuestos a hacer su propia justicia con bates de béisbol.
La película arranca con la reaparición de un tiparraco que, con su sola presencia, abre la misma caja de los truenos que había cerrado con su fuga del país. Refugiado en el culo del mundo, protegido por algún resquicio de la ley que como buen picapleitos a la orden de mafiosos y criminales de la peor especie, conoce y domina a la perfección. Son muchos los flash backs que ilustran la compleja trama de corrupción que ha ido dejando a lo largo de sus años como cabeza visible de un despacho supuestamente usado como tapadera de los tejemanejes de gentuza de la peor calaña.
El tiparraco, que vivía a cuerpo de rey, zoológico incluido en su lista de caprichos, se ganó un lugar en la prensa a golpe de talonario, exclusivas y falsas denuncias. Luego la trama se va complicando, y le vemos sumido en una vorágine de orgías barriobajeras por las que pululan las carnes en oferta si no directamente de saldo. Llevado a la cima de lo más bajo, el innombrable urde planes de egomaníaco para alcanzar un paraíso que le está, por naturaleza, absolutamente vedado. Siguiendo los pasos del creador de Playboy, sólo que en lugar de conejitas posee cobayas, funda una revista que, lejos de los reportajes y posados de la obra de Hugh Heffner, es un libelo en papel higiénico y prosa de analfabeto en el que participan figuras conocidas que, cómplices del criminal engendro, se alzan ahora como víctimas.
No deja de ser repugnante ver a los otrora socios denunciar con la vena hinchada al editor de los mayores infundios que se recuerdan. ¿Es la memoria histórica de nuestra prensa tan endeble como para olvidar que todos se merecen el mismo castigo y el mismo desprecio que su odioso jefe? El guardia civil expedientado por quedarse (supuestamente) una multa, el jefe de prensa que (supuestamente) mentía como un bellaco y amenaza en caso de negarse a seguirle el juego, las ex amantes que cobraban en negro… Toda la fauna de su otro zoo pasea por los platós reclamando para sí una justicia que ellos mismos fueron incapaces de ofrecer a sus víctimas.
Prescindible por completo, auguramos un rotundo fracaso de crítica a este engendro concebido para hacer caja a costa de una figura que repugna y a la que deseamos lo peor. Aunque, para ser justos, la justicia divina ya ha hecho parte del pago al concederle un físico acorde con su miserable corazón. Excelente casting: el tipejo no puede dar más asco…
