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China (1ª Parte): La vida online como única vida

Feisbukeros por el Mundo, por Mariona Guiu

Mi hermano me había advertido, pero yo no le di mucho crédito, y mi no admitido enganche a las redes sociales me hizo creer que exageraba. “Bah”, pensé. Pero al llegar a su casa en Guangzhou, Cantón en su nombre tradicional en castellano, comprobé que tenía razón: en China no se puede acceder a Facebook. O sea, sí se puede usando mil proxys y aprendiendo mil trampas, pero la realidad es que Facebook está capado, y sólo uno de cada 1000 chinos se conecta a la red de Zuckerberg

Lectura en Guangzhou
Lectura en Guangzhou

Pero ahora bien. No se trata de que los chinos no sean una especie on line. Pongamos los puntos sobre las íes: si en Occidente las redes sociales están adquiriendo la (terrible) condición de ser una extensión de nuestra vida, en el país de la Gran Muralla la red social por excelencia, QQ, podría “presumir” de ser la propia vida.

No existe ningún ser chino sin QQ (empresas, hombres, mujeres, abuelos, perros, bebés que todavía están en las barrigas de sus madres). Todo el mundo tiene cuenta en QQ, y a través de ella se puede hacer absolutamente todo: ligar, cerrar un negocio, consolar a un amigo, excitarse, filosofar, recordar viejos tiempos, planear un viaje o descubrir una infidelidad.

A grandes rasgos: en China no tener QQ equivale a no ser nadie. Y no ser nadie en un país con tanta gente tiene que ser muy pero que muy terrible.

Un ejemplo rápido y fácil: dos chinos que hace siete años que no se ven pueden pasarse la noche entera chateando en QQ después de sus dos mil horas de trabajo alienante; este hecho les sigue concediendo la calidad de amigos aunque es más que probable que no vuelvan a tomarse una cerveza juntos (si es que antes lo habían hecho). Otro: mi hermano me contaba que lleva meses hablando diario on line con comerciales a las que no conoce personalmente. Ellas ya tienen la sensación de ser sus amigas, le cuentan algunas intimidades y un montón de banalidades varias que hacen el día más llevadero, y le mandan tropecientos emoticonos de alegría cuando ven que está conectado. Jamás las conocerá y aún así, ellas dan cierto valor al hecho de tener un amigo al otro lado de la pantalla.

Así que: ¿quién quiere una vida real teniendo QQ?

Pero hablemos de QQ. No es en toda regla un homónimo de Facebook. De entrada era un Messenger a la china que con el tiempo se ha ido sofisticando, y ha ido añadido distintos complementos a su interfaz. En esa misma interfaz uno no es un perfil con nombre: no existe un Manolo Paniagua, o una Antonia Crisantemo. El perfil de QQ es un número. Tú eres el 15.432, o el 235.657. Esta es tu identificación en la red, y este número es el que añades religiosamente a tu tarjeta de visita debajo de tu nombre. Lógico, pensarán algunos. Son tantos chinos y con nombres tan difíciles que la única manera posible de registrarlos era con un número. Lógico, sí: y angustiante también.

QQ además, es obviamente una empresa china a la que obviamente le interesa estar bien con el gobierno y por eso, obviamente, jamás tendrá el poder de organización colectiva que puede tener Facebook ( o Youtube, o Blogspot, o WordPress, también prohibidos en China); por esta razón tampoco tiene muros en los que las noticias, buenas y malas, pueden correr como la pólvora.

Además de QQ, hay otras redes sociales, como Ren Ren, con 160 millones de usuarios registrados, que pretende cotizar en bolsa a partir de la semana que viene: “Cada día, las personas que se unen a Ren-ren podrían llenar 230 plazas Tiananmen”, reza el slogan de la compañía. ¡Qué miedo!

En resumen: China es un buen sitio para darle parón al enganche de Facebook, pero atención, señores, con el remedio: ya saben lo que pasa con aquello de los remedios para ciertas enfermedades.

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