Feisbukeros por el Mundo, por Mariona Guiu
Unos pocos no lo creerán, pero hay que ser enormemente precavido a la hora de compartir en el muro del Facebook el millón y medio de estados que uno atraviesa durante un viaje largo. Y digo no lo creerán, porque desde la mesa gris en la que algunos se sientan de lunes a viernes con la total convicción de merecer algo mejor, una declaración tan desnuda y aséptica como, por ejemplo, “En Bangkok”, puede ser tomada como un insulto.

…Este pobre sintagma nominal, leído en mal momento, se convierte inmediatamente en un “ya está la plasta esta con su viajecito de las pelotas”. Igual incluso resulta que en Bangkok hace un calor del carajo, una está sin sitio para dormir, más colgada que un chorizo, y con una mochila que está mutando a mole en un monstruoso ejercicio de emancipación. Pero da igual: Éste es el viaje de las pelotas, y yo soy la plasta ésta. Así es. No quiero imaginar qué opinión se gana un adjetivo unido a la localización, tipo: “En Bangkok, feliz”. Madre mía.
Afortunadamente, variopintas son las escenas y también las reacciones, y una tiene la suerte de estar rodeada de personitas que le aprecian, que se alegran, y que incluso le aplauden ciertas decisiones. Pero hay que vigilar. Vigilar, por ejemplo, para no ganarse más enemigos de los necesarios. Porque incluso desde aquí se entiende que con el invierno interminable y la ley antitabaco como telón de fondo, a uno le traiga sin cuidado la reproducción del dingo australiano, los sombreros balineses, las danzas tradicionales malayas o la cría del berberecho turco. Normal, claro. Pero diría que por encima de todo hay que vigilar con lo que se publica por el descontrol emocional que se sufre en un viaje de este calibre; un descontrol que, reflejado en los estatus del facebook, podría inducir a considerar fácilmente que a parte de la vergüenza, la que escribe ha perdido totalmente la cordura.
Por ejemplo, en el Sudeste Asiático. Poco después de arrancar el viaje, en Tailandia, concretamente en Koh Tao, habría sellado mi muro con algo como: “Babeando por los cuatro costados”. Por el lugar, y por otras razones satélites. Pero en cambio, unos días después, en Tonsai, el epicentro de los escaladores al sur del país, hubiera escrito: “El corazón a pedacitos”.
Con un criterio abrumador, el sabio dijo que no hay mal que cien años dure. Por eso en las Islas Perhentian, en Malasia, hubiera anunciado: “Mundo, ya estoy curada. ¡Qué bien que haya tantos peces en el mar!”. Qué bonitos, por cierto, los peces de las Perhentian. Y también en Malasia, en el puerto de Malaca, mientras leía blogs de otros viajeros y me dejaba invadir por una tristeza injustificada, hubiera adornado mi muro con un toque bucólico: “Todos los mares que nunca podré conocer”.
En Luang Prabang, capital cultural de Laos, el país descubrimiento de este viaje, me hubiera inventado algo tan original como: “Quiero quedarme aquí para siempre”, totalmente en contradicción con el “Oh my God, qué horror de sitio” que habría publicado al día siguiente desde Vientiane. En Don Det, la isla de río más especial jamás dibujada sobre la Tierra, me hubiera desahogado con un “malditas holandesas”, cuando en realidad la culpa de todo la tenía un canadiense. En Indonesia, el país de las 18.000 islas, hubiera comunicado desde Lombock que “están pasando cosas, lo percibo”, sin que me importara demasiado que se asociara esta declaración a mi posible conversión a una secta de espiritismo. En Bali, en cambio, hubiera sentenciado, sin reparos y con prejuicios que “la isla es espectacular a pesar de los surferos, pijos y artificiales”; y desde Byron Bay, en Australia, dónde estoy ahora mismo, me quedo tan ancha escribiendo, con todas las letras: “Larga vida al surf y, por supuesto, a los surferos”.
En fin, que así es: somos pesados y expansivos cuando viajamos. Hay quién propone (o impone) un visionado de sus fotos, hay quién tortura con vídeos de dos horas y otros compartimos estados en el Facebook que, con vocación de seguimiento del viaje, a veces, los pobres, apestan a narrativa de Súper Pop un poco tardía.
Pero bendita postadolescencia, y benditos los muros de la locura.