Por Nicko Nogués, director creativo y responsable de la iniciativa 365diasdefestivales
O eso pensaba Carlos cuando era apenas un crío. Tal vez por eso se prometió que cuando le llegase ese día, intentaría arrancarle una sonrisa.
Pasaron los años y Carlos se hizo mayor, tanto que supo que ese día llegaba. Y sonrió. Tanto que se le llenó el pecho de risa. Tanto que las lágrimas se le amontonaron en la cara y ni él mismo sabía si era por pena o por dicha. Tanto que sintió que se ahogaba. Tanto como para empezar a jadear y toser y escupir y ponerse rojo. Tanto que se sintió muy ridículo. Tanto que quería reírse más y no podía.
Entre carcajadas de tosidos y lágrimas de la más desgraciada entredicha, Carlos salió de su casa y se metió en un taxi al que le pidió entre sollozos que le dejara en la clínica. El taxi sintonizaba a Losantos, que hoy también se reía. Al escucharle, moríase literalmente Carlos, tanto que hizo reír al taxista. Tanto que cuando le dejó en la clínica no le cobró la tarifa.
Entre risas, Carlos salió del taxi y sintió vibrar su corazón, pero cuando se dio cuenta que era su Iphone, fue su vejiga la que se rió. Tanto que miccionó.
Meado pero feliz, Carlos sacó su Iphone, entró en su Facebook y lo actualizó.
“Muriéndose de la risa”, escribió. Y su risa se paró para siempre mientas su muro se llenaba de “likes”.
